martes, 27 de julio de 2010

El Día de los Angeles

Yo estaba tranquilamente
contemplando
la hierba crecer,
miraba
esa suerte de fractales rizomas
horadando
en busca
de limpias galerías
de lombriz.

Fue entonces
que apareció
El Ángel,
El Puto Ángel.
Descendió en vertical y silencio
sobre mi.

Son grandes
los ángeles,
más
que un humano grande,
son fuertes sus torsos
y agradables
sus rostros
y las alas,
esas alas enormes,
lentas, ágiles.

Pasó sus brazos de gimnasio gay
bajo mis axilas,
entrelazo sus delicados y fuertes dedos
sobre mi pecho.

Era el silencio
solo roto por la levedad
de la hierba
que nunca deja
de crecer.
Miré hacia arriba y vi
su sonrisa angelical.
Un golpe
de sus alas,
unos segundos
de polvo en los ojos
y la nariz
y allí estábamos
a veinte metros
sobre la hierba asustada.

Mi cuerpo pesado,
colgando
como un guiñapo,
sus ojos azules y verdes
sonriendo.
Subimos
             subimos
                          subimos
                                       subimos.
Dejamos
atrás
la tierra
mantel de pic-nic
arrabalesco.
Dejamos
atrás
las nubes
blandas
como relojes.

Entonces vi
a los demás ángeles,
todos
sonreían
cargando a sus humanos.

ACEPTE.

Fue la señal,
en ese momento
miles, millones
de ángeles felices
abrieron sus manos,
estiraron sus brazos.

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