Esta imposibilidad
de ser.
La angustia que nos empuja
por imaginarios balcones
a golpe de noticia
y declaración.
Saberse y no estar.
Así crece el odio amargo
en nuestros corazones,
la necesidad de ver el fuego justo y limpio
recorriendo las calles
de las ciudades,
de oír el estruendo purificador
de las bombas en los bancos
y en los ministerios.
Ahuyentar los balcones
y que sean otros los que se mueran
por una sola vez.
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